Esta es una nueva edición de acopios cotidianos: pequeños fragmentos seleccionados de mi diario personal. Lo que anda dando vueltas por mi mente, un bosquejo desprolijo de mi realidad. Pueden leer la edición anterior acá.
Empecé el año mareada, como recién despierta de una siesta en verano, perdida entre pueblos, ahogada por una esperanza sofocante. He aquí un manojo de acopios pegajosos recolectados en orillas de rios, lagos y mares. El tiempo de lectura es menos de 10 minutos.
En un ataque de rebeldía extraño, horas antes del año nuevo, le pido a mi tía que me corte el pelo, “quiero un flequillo muy corto, mal cortado, como si lo hubiese hecho con una tijera de cocina sin filo pero intencional”. Con delicadeza me peina y corta despacio, mechón por mechón. Me rio sola mientras dejo la vista fija en los limones de su delantal, el pelo cae en mis piernas y lo agarro por inercia, lo empiezo a trenzar, lo siento un souvenir. Cuando termina me miro al espejo y no puedo creer como ejecutó a la perfección lo que quería, el reflejo me devuelve la actitud que estaba buscando, la sensación de novedad que necesitaba.
Siempre admiré el trabajo de mi tía, tiene algo chamánico en sus manos, el poder de potenciar imágenes, autoestimas. Entiende el valor emocional del pelo, por eso lo trata con tanto amor.
El cielo despejado luciendo todas sus estrellas contrasta con los cables de la calle ennegrecidos por los loros, acomodados en filas infinitas. Al primer estruendo salen disparados, se vuelven locos, chillan todos a la vez dándole un tono apocalíptico a la noche. El olor a jazmín me estalla en la cara cuando me choco el arbusto gigante, llevo un nene a upa que agarra una flor y se la lleva a su madre, mi prima. “No tengo nada” grita con el puño lleno de chasquibums, tirándolos con fuerza a los pies de los adultos que fingen sorpresa.
01 de enero, 2025 — Miércoles
La quema del muñeco. Este año en vez de un personaje decidieron darle forma de pobreza. Pretenden quemar la miseria, ahuyentarla con fuego. La retrataron rosa pastel con labios carmesí, protuberantes. Los ojos dos círculos negros con sus cejas gruesas, todo enmarcado por orejas gigantes. La naricita puntiaguda un detalle perdido en el medio de tanto rasgo. Tiene el pelo negro y algo que parece ser una antena pero la oscuridad por momentos me convence de que es una persona con una sabana blanca, bailando. Se apagan las luces de la calle y la gente mira en silencioso asombro como el cielo se ilumina de chispas, los destellos hacen piruetas de colores y dejan surcos de humo en el aire mientras las cenizas que emanan del cuerpo suben con la violencia del fuego y se desparraman como papel picado. Las llamas naranjas son tan uniformes que parecen ficticias. Eventualmente la estructura se desploma, “hay que aplaudir estas cosas para que no se mueran”. Te hubiese encantado. Se arma un abrazo grupal espontáneo y sin querer quedo en el medio, cuando cierro los ojos solo veo un punto rojo, me digo a mi misma que ese punto es el amor.
Pequeñas cosas se van revelando todo el tiempo y es mi trabajo mantenerme atenta, afinada, receptiva. Observar es mi deber.
A la hora seis del primer día del año me despierto de un sueño lleno de palabras, párrafos sin fin repitiéndose. Los loros chillan sin parar, ese sonido que asocio tanto a mi infancia, a mi origen. El otro día vi uno de cerca por primera vez, tirado en la calle, me dio impresión la intensidad de los colores, tonos tan vivos en algo tan muerto.
05 de enero, 2025 — Domingo
La cortina se infla con el aire fresco de la mañana, la luz blanca y pegajosa empieza a llenarlo todo con particular lentitud. Los pájaros en la vereda se pelean entre si, cantan y vuelan con cierta violencia, como si nadie los viera.
Puede que salir a caminar por el rio a las 7.30 de la mañana un domingo haya sido una de las mejores experiencias de mi vida.
El sol gentil colorea el cielo de un celeste desteñido, un montón de nubecitas bajas y pequeñas se mueven rápido, como si estuvieran llegando tarde a algún lado. En el rio no hay nadie, las pocas personas que andan por ahí se saludan con confianza, a esta hora somos pocos y nos conocemos mucho. Una mezcla de deportistas apasionados, pescadores aficionados y jóvenes pasados. Después estoy yo, con el dobladillo del piyama metido adentro de la media para que no se me moje con el rocío. Camino lento, las perras se dejan hipnotizar por la calma y casi no necesitan ser comandadas, simplemente me siguen. Veo mi sombra proyectada en ángulos nuevos y por momentos me siento iluminada por otro sol, como caminando en otro planeta. Estos rayos calientan más suave. El fresco me acaricia la piel, el viento me mueve los pantalones con delicadeza y mece los árboles en cámara lenta.
El boyita tira su caña y un señor le pregunta si hay pique, que tipo de pesca hay en estas aguas. “Algo hay, como para mantenerse entretenido” le asiente. “Algo hay que hacer para disfrutar la mañana, vos pescas, yo salgo a caminar, ella pasea a los perros” mientras me apunta con la nariz. Le devuelvo una sonrisa, parte de una conversación en la que no hablo.
A contraluz las boyas rojas flotan como cabezas buscando aire. Justo antes de doblar para volver veo un pájaro amarillo diminuto posado en un cable, cantando lo mismo una y otra vez a un ritmo constante, simbolismo tan cargado y tan especifico a mi experiencia, no puedo evitar sentirlo como una señal. Un recordatorio del pasado, una conexión entre momentos a través del tiempo.
Me gusta usar las cosas hasta que estén rotas. Me gustan las cosas arregladas, remendadas, llenas de vidas. Me gustan los objetos que me acompañan durante mucho tiempo, usarlos hasta el final, hasta que no queda mas. Me gusta mi botella de agua que está abollada y con la pintura saltada, con ese sticker de un ying yang de tan buena calidad que sigue intacto a pesar de tantas lavadas. Me encanta que me regalen lápices, siempre tengo un sacapuntas encima. Amo particularmente ese lápiz rosa que me dio Toia, lo uso para marcar libros, lo llego conmigo a todos lados, cada vez más chiquito, cada vez mas preciado. Me gustan los libros usados, con dedicatorias a personas que no conozco, como ese de Milan Kundera que me encontré en la calle y me cambió la vida. Me gusta la ropa heredada, las remeras pasadas por primos y hermanos, los sweaters tejidos por abuelas, las carteras de mi madre.
07 de enero, 2025 — Martes
El calor me aplasta, me cansa, me pone lenta. Hago maniobras bizarras para despegarme de la cama. Solo puedo existir frente el suspiro caliente del ventilador que me trae a la vida. Salgo descalza a la calle para dar una vuelta con la perra pero nos damos por vencidas a media cuadra, el sol esta cruel y el piso arde. En verano solo se puede vivir de noche.
Saco un pasaje, lavo la ropa, cocino garbanzos, escucho un podcast, tomo mate. La perra duerme con la trompa en mi cadera, sueña cosas, me patea despacito, con ritmo, en código morse.
¿Alguien esta escuchando?
El calor infernal del día descendió a una oscuridad agradable y las familias aprovechan a cenar afuera. Reposeras, heladeritas, perros con correas, niños mojados masticando con la boca abierta. Una pareja sentada en la orilla del rio, con el agua hasta el pecho, cerveza en mano, charlan bajito y lucen una felicidad de publicidad. Toda esa actividad humana, esa diversión, se siente fuera de lugar en la negrura de la noche, como fantasmas que salieron a veranear mientras los vivos duermen.
08 de enero, 2025 — Miércoles
05:55 — La luz del día se empieza a filtrar por la cortina, me dejo hipnotizar por el ventilador moviéndose de lado a lado, me duelen las piernas.
No necesito a nadie para amar.
Ando con el aura jugosa.
09 de enero, 2025 — Jueves
Me relaja el movimiento del colectivo, espacio tan familiar. Me emociona viajar, recibo el movimiento con ganas, inquieta por crear distancia entre mi ahora y esos meses de reposo, de guardado, de recarga. Me gusta las cosas que no cambian hace décadas, como la terminal de Patagones o el hecho de que cualquier colectivo que salga desde Viedma siempre pasa por la puerta de la casa de mi abuela.
Mi muchacho platinado me espera en la estación de servicio, me levanta cuando me abraza y apenas empiezo a hablar me siento volver.
10 de enero, 2025 — Viernes
Nos sumergimos en aguas naranjas, flotamos como bebés en un mismo útero, las manos agarradas. Nos lamemos los labios salados, cerramos los ojos para que no arda. Nos embarramos el cuerpo, una tierra suave nos cubre, nos refresca. Mujeres ungüentas marrón se sientan en las reposeras y charlan, “deberíamos ponernos barro en el cerebro a ver si nos ayuda en algo”.
Bailamos en la costa de un rio vacío, al lado del puente ferroviario donde encontramos a Dios. Las plantas se mueven con nosotros, reaccionan a nuestro ritmo. Comemos fruta, tomamos mate, pisamos la arena descalzos, encontramos nuestras versiones soleadas, lo que solo aflora en verano. El álamo plateado nos mira con su ojo místico.
Nos reímos del corte a lo Luis XV que tiene el sauce eléctrico y en una especie de venganza nos deja la hamaca llena de garrapatas.
11 de enero, 2025 — Sábado
Una cumbia lejana resuena por las paredes, hace tres noches duermo con la ventana abierta, los grillos mi canción de cuna. La calma de un pueblo que no es mío me asombra en su parecido a todos los demás. Los loros suenan igual.
12 de enero, 2025 — Domingo
El calor exagerado nos encerró en una larga siesta pegajosa pero recuperamos el día a las ocho de la noche, sumergidos en un laguna de agua salada. Tomando tereré y turnándonos para pasar música en un parlantito nos sentamos mirando el atardecer con la misma emoción de quien espera que empiece una película en el cine. Un círculo amarillo nos deja ciegos mientras nos baña de su aura naranja, las personas en el agua se vuelven sombras, recortados en cartulina negra. Invadida por una felicidad furtiva me permito sentir esperanza. A la vuelta nos recibe un sapo que hace pis en la puerta de la casa. Cenamos fideos con pesto.
21 de enero, 2025 — Martes
Cuatro meses, la vida la mido como a un flequillo largo.
La esperanza es acida, me quema la boca, me hace fruncir la cara. No sé que hacer con tanto.
Un abrazo lleno de perfume, lo huelo en mi pelo toda la noche. 777 en la patente del auto que va adelante y va muy lento, como queriendo hacerme notar la señal.
La perra te encuentra en el pasto, bajo mi cielo favorito, poniéndole azúcar a un mate, endulzando una tarde que daba por perdida.
Me tambaleo entre ideas, entre personas, entre futuros. Me pierdo en el rio, a veces el agua parece pixelada. No sé que quiero, floto por la vida, atada a nada.
22 de enero, 2025 — Miércoles
Es el balance entre querer sostenerlo y saber que no me corresponde, no es mío.
Que valor conocernos, querernos, dejarnos ir.
25 de enero, 2025 — Sábado
Una postal con tu nombre salió disparada de un libro. La escondí abajo de la cama. Te extraño cada tanto, te pienso poco, te siento siempre. Hablo con cariño de tu hermano, de tu prima y de tu comida. A veces te charlo en mi mente, pienso que capaz una telepatía nos conecta aún.
Juro alianza a mi misma. Ya no quiero proyectar con otras personas, soy mi propio proyecto.
26 de enero, 2025 — Domingo
Vértigo de verano, colisionamos fugaces como estrellas. Una luna anaranjada en el cielo de noche y en el pasto de día.
Coco y café, tus ojos negros piden reconocimiento, nos balanceamos en un jenga emocional, nos distraemos con sonrisas mientras nos congela el aire espeso antes de la tormenta. El olor a tierra mojada me hace llorar.
Un entusiasmo risueño me hace sonreír como maniaca mientras termino de escribir esta edición, me pone contenta volver a este espacio tan preciado.
En estos momentos turbios y confusos te mando un abrazo fuerte mi amigo digital, nunca es tarde para reclamar esperanza. Nos leemos pronto.
Sos mi persona favorita de todas la red social. Que placer leerte. Abrazo.
qué hermoso leerte, qué hermoso escribís! como neuquina, me identifico mucho con tus referencias. abrazo de oso!